CATEQUESIS DE ADVIENTO
DÍA 6
4⃣ ADVIENTO
🌲ESPIRITUALIDAD DE LA ESPERANZA
Estas dos actitudes, la espera escatológica y la espera mesiánica, dan el tono a la espiritualidad del Adviento y marcan el pensamiento de la Iglesia en su plegaria litúrgica, haciendo de ella la comunidad de la esperanza. Una venida anuncia y confirma la otra. Navidad es garantía de la Parusía del Señor. Pero nosotros nos podemos vivir el Adviento como los justos del Antiguo Testamento, como si en realidad el Mesías no hubiera venido. Adviento no es ficción. Es realidad, a partir del misterio de la Pascua.
La Iglesia nos dice a propósito de este tiempo de gracia: "El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre".
Da el tono a esta orientación litúrgica el primer prefacio de Adviento, cuando bendecimos al Padre por este misterio de la espera de Cristo: "Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".
Entre el pasado y el futuro ¿cuál puede ser el significado del Adviento litúrgico para la vida de la Iglesia? ¿Cómo enriquecer el Adviento con nuestra propia experiencia espiritual y social de personas y comunidades que viven con realismo este tiempo de gracia?
Ante todo, la Iglesia tiene la clara conciencia de ser en este mundo la presencia inicial del Reino de Dios, pero ora y trabaja para que el Reino se manifieste en toda su plenitud. Por eso cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia y su misión. Con los textos del tiempo de Adviento -textos bíblicos arcaicos, textos eclesiales de rancio abolengo como las antífonas mayores o los himnos clásicos, textos de nueva composición como las intercesiones de Laudes y Vísperas- la Iglesia ora con realismo por toda la humana sociedad, necesitada de una salvación integral con la presencia del Señor. Hacemos nuestros los gemidos del Espíritu que brotan de la humana sociedad y de la creación, y los convertimos en oraciones de deseo y de esperanza, en fuertes imploraciones de salvación y de presencia.
La Iglesia, intérprete de la humanidad, sabe que el vacío del deseo crea espacios a la esperanza, y la conciencia de la necesidad de la redención abre las puertas al Mesías redentor. Por eso en este tiempo de Adviento, la Iglesia vive de forma intensa y concentrada las esperanzas del Antiguo Testamento, el deseo de las primeras comunidades cristianas; la oración es ya confesión de la necesidad de una venida y profesión esperanzadora de la certeza de que el Señor viene y que anticipa misteriosamente esta venida definitiva al mundo en los corazones de los fieles y en los espacios que la comunidad ofrece.
No es intimismo, sino realismo personalista, el poner el acento en la vivencia del Adviento como experiencia personal, interior, de espera y de vigilancia, en el momento presente de nuestra historia y de nuestro camino hacia la plenitud de la vida en Cristo.
El Cardenal H. J. Newman ha expresado muy bien el sentido personal del Adviento en una homilía de la que destacamos estas expresiones: "¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue y ver que tarda? ¿Sabéis lo que significa estar en ansia cuando una cosa podría ocurrir y no acaece, o estar a la espera de algún acontecimiento importante que os hace latir el corazón cuando os lo recuerdan y al que pensáis cada mañana desde que abrís los ojos? ¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?... Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo".
Salvación de Adviento. No es una palabra huera, cuando hay una experiencia viva. Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia? Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva.
No hay Adviento donde no hay deseo y necesidad de presencia y de salvación. Por eso la materia prima del tiempo litúrgico de la espera y la esperanza, a nivel personal, es la invocación sentida y sincera de una nueva venida del Señor en nuestra vida personal, en ese momento del camino de nuestra experiencia eclesial. Lo ha expresado muy bien el anónimo autor de meditaciones evangélico-litúrgicas que firma "un monje de la Iglesia de Oriente" y que en realidad es el monje L. Guillet: "Quien espera a Cristo se ilumina y se dilata en cada instante. Se dilata porque lo vemos que tiende hacia su plenitud. Se ilumina porque la presencia de Cristo proyecta ya sobre él la luz de una venida todavía más perfecta. El vendrá, vendrá de nuevo. Vendrá siempre hasta el momento de su venida en la gloria. El ya ha venido. Viene a nosotros en cada instante. Cada instante no tiene otro valor que el de esta venida y esta presencia de Cristo que el momento presente nos trae".
Desde la experiencia personal, la oración universal de la Iglesia en Adviento referida a toda la humanidad, la evocación de las visiones lisonjeras de los profetas, pacifistas y pacificadores, el ansia de la venida del Mesías, dan a la espiritualidad del Adviento una dimensión también real y universalista. Este tiempo de la Iglesia celebra, afirma e implora con su oración la salvación de nuestro mundo y de nuestra historia. La Iglesia afirma en este tiempo, como le gustaba recordar a Teilhard de Chardin, que nuestro mundo y nuestra historia necesitan una salida, una salvación que no puede ser inmanente a la sociedad en que vivimos; tiene que venir de fuera, de Dios. Por eso el sabio jesuita con ardor poético y con una cierta inspiración mística y litúrgica apostrofaba a los cristianos con palabras que pueden ser también motivo de meditación litúrgica para este tiempo de Adviento: "Cristianos, encargados, después de Israel, de mantener viva en la tierra la llama del deseo. Apenas veinte siglos después de la Ascensión ¿qué hemos hecho de nuestra espera? Seguimos diciendo que estamos en vela en espera del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que no esperamos nada. Hay que avivar la llama a cualquier precio. Hay que renovar a toda costa en nosotros la esperanza y el deseo de la venida del Señor".
Desde la perspectiva de un mundo que todavía espera al Mesías como Salvador de su propia historia, desde la experiencia comunitaria de una Iglesia que tiene que avivar el sentido de la espera y la llama de la esperanza, desde la propia experiencia de pobreza y de indigencia que hacen no superflua sino necesaria la presencia del Señor, podemos vivir el misterio del Adviento. Una acumulación de deseos, decía Teilhard de Chardin, hará explotar la Parusía del Señor.
Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el Marana-thá puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Una oración que desde el corazón puede ir impregnando de liturgia cotidiana el trabajo de cada día. Y una oración coralmente celebrada en la Liturgia de las Horas y en la Eucaristía como expresión cabal de una Iglesia, Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad.
🌹 NUESTRA SEÑORA DE LOS BRAZOS VACÍOS
Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, señora de la preñez evidente y extenuante. Cuánto deseamos que camines con nosotros. Cuánto necesitamos de ti, mujer del pueblo, que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel, a pesar de tu vientre pesado y fatigoso. Entre las dos tejerán esperanzas y sueños.
Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, también nosotros estamos preñados de esperanzas y sueños. Soñamos con que el canto de las aves no vuelva a ser turbado por el ruido de las balas. Soñamos con nuestros niños sin temores, cantando al fruto de tu vientre ya cercano. Soñamos con los niños de Colombia durmiendo tranquilos al arrullo de un villancico. Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en paz murmurando una oración. Soñamos con que algún día podremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas.
Señora del Adviento, la de los brazos vacíos, visítanos como a tu prima. Monta tu burrito y ven presurosa. Nuestros corazones son pesebres huecos y fríos donde hace falta que nazca tu hijo. Ven, señora, con tus gritos de parto a calentar nuestros corazones, a seguir tejiendo esperanzas con nosotros, como lo hiciste con Isabel. Solo así, en medio de la noche iluminada por tus brazos ahora llenos y por tus pechos que amamantan, podremos volver a soñar... podremos gritar ¡es navidad!.
CARLOS MARIO CANO, Medellín