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Catequesis de Adviento (día 4)



Sangre de Cristo  Catequesis de Adviento (día 4)

CATEQUESIS DE ADVIENTO

DÍA 4

2⃣ EL SABOR PRIMITIVO

🌲DEL ADVIENTO CRISTIANO: "Marana-thá"

Sabemos que la celebración litúrgica de Adviento, como espera del Señor, es relativamente tardía en la tradición de la Iglesia. Su organización definitiva en la liturgia romana es del siglo VI. Y sin embargo lo que celebra tiene un inconfundible sabor primitivo que nos hace remontar a los primeros días de la Iglesia apostólica. La clave para entender este sentido primitivo del Adviento cristiano y vivirlo en sintonía con las esperanzas de la Iglesia primitiva nos la ofrece una palabra breve y densa en su significado; una palabra que resume la espiritualidad del Adviento y su misma oración litúrgica. Una palabra que hace de puente entre el ayer y el hoy, y nos proyecta hacia el futuro. Es la palabra "Maranatha".

Esta expresión, conservada casi como una reliquia en la misma lengua materna de Jesús, resonaba en las asambleas primitivas como resuena hoy en nuestro Adviento. Y puede y debe convertirse para nosotros es una fórmula para la "oración del corazón", como una invocación que se hace con el latido del corazón y el ritmo respiratorio, como para entrar con todo nuestro ser en la espiritualidad del Adviento.

Esta palabra tiene un doble significado, según sus dos posibles lecturas. Si separamos las dos primeras sílabas, la palabra Maran-athá se convierte en una afirmación gozosa, pletórica de fe. Significa: "El Señor viene" o "El Señor ha venido". Es una fórmula, pues, que aclama la presencia del Resucitado en medio de la comunidad cultual. En cambio, si la pronunciamos separando las tres primeras sílabas de la cuarta diciendo Marana-thá, la invocación se convierte en un grito de esperanza: "Ven, Señor", como en las últimas palabras del Apocalipsis: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20; Cfr. 1 Cor 16,22).

Las dos lecturas tienen su fundamento literario, su significado teológico y su carga de experiencia cristiana, tanto en la primitiva comunidad cristiana como en nuestra comunidad litúrgica. El Señor está presente en su comunidad, como él lo ha prometido (Cfr. Mt 18,20). Y sin embargo esta presencia no es evidente y no es definitiva. Por eso, cuanto más real es su presencia en la Iglesia, como en la celebración eucarística, más imperioso se hace el deseo de la presencia sin velos, de la manifestación definitiva. Y por eso aclamamos: "Ven, Señor, Jesús".

Es significativo que esta expresión se encuentre en la última página de la revelación del N.T. que es el Apocalipsis, como el último suspiro del Espíritu y de la Esposa, como la oración definitiva e incesante que rasga los cielos a través de los tiempos y resuena como un secreto de la historia que tiene que cumplirse, esperanza y deseo de los cristianos, pero con una proyección universal. Hasta el momento en que se escuche ya cercana la voz del que continuamente viene y diga: "Sí, vendré pronto" (Ap 22,20). Entonces comprenderemos que ya estaba con nosotros. Y ahora nos invita a que para siempre estemos con El.

Curiosamente sabemos que esta expresión cristiana ha nacido en el ambiente de las celebraciones eucarísticas primitivas. Los discípulos que habían conocido al Maestro y hablaban de él suscitaban, podemos pensar, una gran nostalgia por su persona, un gran deseo de conocerlo. Esta nostalgia se convirtió en impaciencia escatológica por su venida, cuando las comunidades primitivas creyeron inminente su retorno. Por eso cada vez que en el memorial litúrgico del Señor, la Eucaristía, se celebraba en un intenso clima de esperanza, se evocaba la presencia del Resucitado y se profesaba la fe en su misteriosa autodonación en los signos del pan y del vino, "eucaristizados". Y sin embargo la presencia sacramental no colmaba el deseo de verlo cara a cara y se hacía más ardiente la súplica: "Marana-thá: "Señor, ven".

🌹NUESTRA SEÑORA DE LOS BRAZOS VACÍOS

Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, señora de la preñez evidente y extenuante. Cuánto deseamos que camines con nosotros. Cuánto necesitamos de ti, mujer del pueblo, que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel, a pesar de tu vientre pesado y fatigoso. Entre las dos tejerán esperanzas y sueños.

Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, también nosotros estamos preñados de esperanzas y sueños. Soñamos con que el canto de las aves no vuelva a ser turbado por el ruido de las balas. Soñamos con nuestros niños sin temores, cantando al fruto de tu vientre ya cercano. Soñamos con los niños de Colombia durmiendo tranquilos al arrullo de un villancico. Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en paz murmurando una oración. Soñamos con que algún día podremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas.

Señora del Adviento, la de los brazos vacíos, visítanos como a tu prima. Monta tu burrito y ven presurosa. Nuestros corazones son pesebres huecos y fríos donde hace falta que nazca tu hijo. Ven, señora, con tus gritos de parto a calentar nuestros corazones, a seguir tejiendo esperanzas con nosotros, como lo hiciste con Isabel. Solo así, en medio de la noche iluminada por tus brazos ahora llenos y por tus pechos que amamantan, podremos volver a soñar... podremos gritar ¡es navidad!.

CARLOS MARIO CANO, Medellín

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