Dios ha hecho libre al hombre. Por la libertad, signo supremo de la imagen divina en el hombre, Dios deja al hombre en poder de su propia decisión; no quiere autómatas que sirvan, sino hombres libres que lo amen. El hombre, dueño de su destino, con su inteligencia y su libertad, debe escudriñar en los signos de los tiempos y en la Revelación para restituir el primitivo equilibrio de la Creación. Fue necesaria la libertad para que la búsqueda y el encuentro con Dios sea un honor y no una violencia en nuestras vidas. Dios nunca puede ser un obstáculo en la persona humana. Lo esencial es llegar a El con libertad. El Espíritu nos guía hacia la verdad plena; y en ninguna mano está nuestra libertad mejor protegida y resguardada que en la de Quien la ha creado. No es libre el que rechaza la Verdad y el Amor, sino el que los acepta, los abraza y los vive en plenitud. "Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor, 3, 17). La libertad de los hijos de Dios, que no es otra cosa que la libertad del amor; de un amor verdadero, que ama al Padre por sobre todas las cosas, y a los hermanos por amor al Padre.