Se habla a veces con equívocos de las pasiones: se dice que no debe uno ser hombre de pasiones, o dejarse llevar de las pasiones. Hay pasiones buenas y malas; si lo quieres expresar con mayor exactitud, las pasiones ni son buenas ni son malas: son fuerzas que podemos emplear para el bien o para el mal; el bien o el mal no está en las pasiones, sino en nosotros, que las dirigimos al bien o al mal. La pasión empleada para el mal, ciega y arrastra a la razón. La pasión buena es la que da fuerza para la práctica del bien. Vivir mal es dejarse arrastrar por la vida, por la pasión descontrolada; en cambio, vivir bien, ser apóstol, es orientar toda la fuerza de una pasión hacia el bien, hacia la acción apostólica, hacia la cumbre del propio perfeccionamiento. ¿Crees que se puede avanzar hacia Dios sin el empuje de una pasión viva y arrolladora? Los hombres de grandes pasiones han sido los grandes criminales; pero sólo los hombres de grandes pasiones han llegado a la santidad; todo depende de cómo se empleen esas pasiones.
"Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios" (I Tes, 4, c-5).